La drogadicción atrapa la infancia en Zaragoza.
La zarpa de la alucinación provocada por sustancias psicotrópicas y estupefacientes hace estragos en la salud de los menores cada vez a edad más temprana.
Zaragoza está en alerta pues la sombra de la desolación se cierne sobre las familias y las escuelas. Las drogas están minando las conciencias de los jóvenes cuyas graves consecuencias hacen partícipes a la sociedad en su conjunto.
Se empieza por jugar al botellón, se continúa por una calada de porro y se continúa con las anfetas. Ahora ya son niños de 13 años los que con habitualidad practican la ingesta de estos alucinógenos que van sin darse aquellos cuenta, deteriorando su incipiente cuerpo en vías de ser desarrollado.
Muchas son las personas que nos preguntamos, ¿qué está sucediendo? Y las respuestas se acumulan: planes de educación escolar huérfanos de responsabilidad, arranque y de contenido didáctico, familias desestructuradas y/o permisividad excesiva en las bien acomodadas, telebasura en la que los niños “aprenden” lo que está mal, promiscuidad bien vista como opción personal, procacidad asumida por la moda, y un sinfín de acontecimientos que en vez de ayudarles a crecer en valores, principios y virtudes lo que sugieren es despersonalizar y uniformar a la masa para dirigirla y controlarla mejor.
Pero existen remedios en medio de esta desesperación. Una buena receta consiste en compartir momentos y espacios en familia, programar excursiones, fomentar el desprendimiento y la lealtad, interesarse por las preocupaciones de los hijos, llevar un seguimiento de lo que hacen y con quiénes van, controlar sus estudios y sobre todo, dar continuamente ejemplo con el trabajo bien hecho, evitar discusiones banales y quererse y amarse sin límite.
No es que los tiempos cambien y por ello debamos adaptarnos a su tiranía. La sociedad es lo que nosotros queramos que sea, y eso es claro, cuesta sacrificio, un precio que no siempre se está dispuesto a pagar. ¿Porqué llevan ahora estos chavales tanto dinero en el bolsillo?, ¿cómo adquieren si no la droga?, ¿sabemos lo que hacen pero nos engañamos por ser más cómoda esta postura y así no les importunamos?
Reflexionemos qué estamos haciendo de bien y de mal, así podremos corregir los propios defectos y con ello contribuiremos a la lubricación de la máquina social para que ésta no nos estalle sin habernos cerciorado antes de que los medios oportunos para evitar su derrumbe se habían puesto.
vicenbarbarroja.
Zaragoza está en alerta pues la sombra de la desolación se cierne sobre las familias y las escuelas. Las drogas están minando las conciencias de los jóvenes cuyas graves consecuencias hacen partícipes a la sociedad en su conjunto.
Se empieza por jugar al botellón, se continúa por una calada de porro y se continúa con las anfetas. Ahora ya son niños de 13 años los que con habitualidad practican la ingesta de estos alucinógenos que van sin darse aquellos cuenta, deteriorando su incipiente cuerpo en vías de ser desarrollado.
Muchas son las personas que nos preguntamos, ¿qué está sucediendo? Y las respuestas se acumulan: planes de educación escolar huérfanos de responsabilidad, arranque y de contenido didáctico, familias desestructuradas y/o permisividad excesiva en las bien acomodadas, telebasura en la que los niños “aprenden” lo que está mal, promiscuidad bien vista como opción personal, procacidad asumida por la moda, y un sinfín de acontecimientos que en vez de ayudarles a crecer en valores, principios y virtudes lo que sugieren es despersonalizar y uniformar a la masa para dirigirla y controlarla mejor.
Pero existen remedios en medio de esta desesperación. Una buena receta consiste en compartir momentos y espacios en familia, programar excursiones, fomentar el desprendimiento y la lealtad, interesarse por las preocupaciones de los hijos, llevar un seguimiento de lo que hacen y con quiénes van, controlar sus estudios y sobre todo, dar continuamente ejemplo con el trabajo bien hecho, evitar discusiones banales y quererse y amarse sin límite.
No es que los tiempos cambien y por ello debamos adaptarnos a su tiranía. La sociedad es lo que nosotros queramos que sea, y eso es claro, cuesta sacrificio, un precio que no siempre se está dispuesto a pagar. ¿Porqué llevan ahora estos chavales tanto dinero en el bolsillo?, ¿cómo adquieren si no la droga?, ¿sabemos lo que hacen pero nos engañamos por ser más cómoda esta postura y así no les importunamos?
Reflexionemos qué estamos haciendo de bien y de mal, así podremos corregir los propios defectos y con ello contribuiremos a la lubricación de la máquina social para que ésta no nos estalle sin habernos cerciorado antes de que los medios oportunos para evitar su derrumbe se habían puesto.
vicenbarbarroja.
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