Thursday, November 09, 2006

Pena capital para Sadam Husein, el sátrapa iraquí que hundió a su país.

Sadam Husein ha sido castigado con la pena de muerte por el Tribunal que lleva a cabo su procesamiento. El dirigente que lo fuera de Irak durante varias décadas, irreverente y despótico como siempre, increpa a los juezas tras saber la sentencia.


El que a hierro mata, a hierro muere. Así reza un dicho popular que bien se puede aplicar al dictador Sadam. Víctima éste de su propia fe, la islámica, aquella que ni admite el perdón ni la misericordia en las páginas de su Corán.

En España también existen matarifes que deberían ser ahorcados o fusilados, pero aquí no hacemos eso. Existen leyes que no contemplan como sanción la pena de muerte, pues aunque con el corazón caliente se debería aplicar, con la mente fría se buscan alternativas con las que pagar por los delitos consumados. La abolición de la pena de muerte fue sin duda una de los logros más significativos del Estado de Derecho y de las sociedades modernas.

Pero no así en la comunidad islámica, no así en el dominador y vigía del mundo: EE.UU. En esta vasta extensión de terreno imperial, todavía existen en demasiados Estados la pena de muerte, aplicada además con la ligereza de una leyes que admiten como pruebas conjeturas y suposiciones, en donde los tribunales populares se componen según el interés de la fama de los abogados y fiscales que intervienen, para los cuales, el reo es un mero espectador pasivo que sirve como tramite para el éxito de aquellos.

En un mundo en el que la balanza se inclina más por los derechos que por los deberes, en donde la civilización se mide por la cordura y la formación moral de las conciencias, no puede existir la pena capital dela muerte como respuesta al castigo de los delincuentes.

No está bien lo que hizo Sadam, no está bien lo que hace la ETA, no está bien lo que hace Fidel Castro, no está lo hace Bush en Guantánamo...Son demasiadas muertes encubiertas, legales o consentidas. No podemos acostumbrarnos a la cultura de la muerte, esa luctuosa dama que siega vidas complacientemente porque el ser humano no tiene valor para ella. Demasiado instrumentalizada en los albores del siglo XXI, por los asiáticos en orden a su destructiva religión; por los occidentales por su despechada soberbia.

Sadam Huseim debe ser condenado, debe pagar por sus crímenes, debe ser encarcelado, no cabe duda. Pero, ¿cuánto tiempo? El necesario, quizá sine die. Pero la pena de muerte debe ser borrada de la faz de la Tierra, no es oportuna, no alivia, no es justa. Y ante este pasaje, no oigo a Amnistía Internacional apelar por la vida de Sadam Huseim para que no lo maten. Lo han hecho por otros terroristas sanguinarios y se les ha escuchado e incluso por la presión ejercida, los gobiernos han cedido y reblado. Pero no les oigo ahora con Sadam. Y yo no soy proclive de Sadam, es más, no me gusta ni el ni los que son como el. Pero es un ser humano, y lo queramos o no es también un hijo de Dios, no de su dios, sino de aquel que transpira el verdadero perdón, el mismo que en la Cruz amó a los que lo ultrajaban.

Será casualidad, pero es curioso ver cómo esta condena ha visto la luz en días previos a las elecciones americanas, las cuales por cierto, vaticinan un crak en el entorno de la política de G. Bush, el mismo que fomentó la intervención en Irak de la que han muerto demasiados soldados por defender no se el qué, aquel “Vietnam” de la sociedad próspera, tecnológica y superdesarrollada que todavía no cree en la bondad de la humanidad. A lo mejor esta noticia hace resurgir su agotado mandato.

vicenbarbarroja.

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