Friday, January 05, 2007

La sustitución de Zapatero tras el atentado del 30-D es, más que nunca, de relevante necesidad.


En el transcurso de esta azarosa legislatura se ha presumido de todo: la posible reelección de Zapatero en 2008 o el derrocamiento por goleada dad su catastrófica política. A estas alturas del curso legislativo, es forzoso e ineludible el relevo de Zapatero.


Dice el refranero que “todos los tontos tienen suerte”. Y es cierto. En el caso que nos ocupa, Zapatero ha tenido la suerte de que no se hayan celebrado elecciones generales dos días después del atentado terrorista del 30 D en el aeropuerto de Barajas. De haberlo exigido así el calendario electoral, mucho me tendría que equivocar para sostener que Zapatero hubiera salido de la Moncloa con un puntapié doloroso en su trasero. Pero ha tenido suerte. La ETA no ha esperado a atentar en la semana de las elecciones nacionales, no le interesa. Sabedora de la debilidad del Gobierno de la nación encarnada en el inmaduro José Luis, y consciente de que probablemente alguien por algún turbio motivo les debe algo al entorno abertzale, los batasunos y sus ejecutores sanguinarios todavía esperan que zapatero continúe con la idea de perdonar y ceder con tal de que el sonido de las bombas deje de sonar.

Ante esta situación, no solamente es culpable el propio presidente del gobierno, sino también Jesús Eguiguren como pacificador que asesoró a ZP para la negociación en la que ahora ETA ha marcado nítidamente la dirección que siempre ha querido seguir para despejar incógnitas de quienes pensaban que la banda se había reformado.

También se le deben pedir explicaciones a Patxi López, secretario general del PSE, al negarse junto con el PNV y EB a condenar el mencionado atentado del T 4 en la puerta del consistorio de la capital alavesa como proponía su alcalde del PP Alfonso Alonso. Al parecer en las filas socialistas y nacionalistas prima más el sentido de oposición que la correcta y sensible consideración hacia unas muertes inocentes a manos de unos entes que están sirviendo de base negociadora de un conflicto unilateralmente creado.

Zapatero nos comunicó ayer que “los españoles saben que es una batalla dura, pero saben además que cuentan con la firme determinación de las instituciones del Estado”, en un alarde de autodefensa y autocompasión donde la “energía” y la “determinación” a la que hizo referencia hacen aguas y zozobran.

La dureza de la batalla lo es por la irresponsabilidad de un gabinete ejecutivo sin rumbo ni control, y la credibilidad de las instituciones en cuya competencia descansa el Estado de Derecho, ya hace tiempo que se desmoronó por la incapacidad de un frustrado presidente que quizá nunca debió gobernar.


Solamente cabe que se de el toque de queda para que se reúnan los responsables de aquellas fuerzas políticas en las que todavía quede la cordura necesaria para que, alejados de la coloración ideológica de partido, este trascendente asunto de Estado, el terrorismo, deje de ser la lacra que avergüenza dentro y fuera de las fronteras españolas a una ciudadanía que aspira a la prosperidad, a la libertad y a vivir en paz.

Vicente franco Gil.

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