Thursday, December 14, 2006

Benedicto XVI junto al Gran Mufti de Estambul, símbolo de concordia y de paz.


El Sumo Pontífice, lejos de pretender incitar al pueblo musulmán, predica con el ejemplo y demuestra que una mezquita puede ser un buen lugar para rezar.

Benedicto XVI termina hoy su viaje a Turquía. Hasta la fecha todo va trascurriendo con normalidad, serenidad, con el ánimo puesto en el acercamiento, la recapacitación y el amor. Derroche significativo de ansia apostólica el que demuestra constantemente el Santo Padre, siempre orientado al entendimiento, la concordia y la paz. Es un ejemplo perpetuo de respeto al ser humano, pues él bien sabe de sobra que somos imagen de nuestro Creador, de Dios Padre Todopoderoso.


Lejos de fanatismos, de revanchas, de recelos, siempre con el bien puesto en el horizonte como premisa necesaria de sus actuaciones, y el perdón, como báculo que alienta su caminar, el Papa concluirá una de las visitas más controvertidas dada la cultura singular de los fieles eslavistas. A pesar de que las autoridades más significativas del país no han acompañado al pastor Universal de la Iglesia católica, el calor de las gentes que lo han acompañado ha dejado poso en su corazón, un corazón lleno de misericordia que alcanza límites insondables.

Desde estas líneas queremos agradecer al gobierno de la nación turca el despliegue de medios audiovisuales y de las fuerzas de seguridad del Estado, ya que han hecho posible la realización de este evento que de ninguna manera pasa desapercibido por la faz de la tierra. ¡Id y predicar al mundo entero el Evangelio! No lo ha podido hacer mejor el Vicario de Cristo que timonea a la grey católica, sin respetos humanos, sin detenerse en el qué dirán, sin reparar en el potencial peligro de una nación jaleada por la intransigencia.

También desde estas líneas agradecer a Benedicto XVI por ser el gran promotor de la conversión que lleva al triunfo definitivo a los que contrita y humildemente reconocen su condición de pecadores. Santo Padre, no dejaremos nunca de rezar por su alma, por el bien de la Iglesia y por alcanzar nuestra personal santidad. Le debemos el sentido de nuestra espiritualidad, y por ello es merecedor de ocupar un puesto privilegiado en la intimidad de nuestras vidas.

Santidad: ¡Totus, tuus!


vicenbarbarroja.

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