Loyola de Palacio: buena política, mejor persona y noble mujer.
Ayer, en Madrid, rindió tributo ante el Hacedor. Trabajadora infatigable e intelectual, supo dar a su vida el sentido propio de las personas cabales: la honradez y el compañerismo. En su trayectoria política, ningún desliz de gravedad, en su vida privada, mucho amor a los demás.
Entre las notas que caracterizaron a Loyola de Palacio en el transcurso de sus días merece especial mención la firmeza de sus convicciones y la transparencia de sus comentarios que siempre invitaban a la credibilidad de sus palabras. También cabe destacar el espíritu “combativo” a la hora de defender sus ideas sin mostrar por ello el más mínimo temor al “qué dirán”.
En legislaturas españolas pasadas, ocupó con José María Aznar la cartera del Ministerio de Agricultura. Actualmente era la presidenta del Consejo de Política Exterior del PP, vicepresidenta de la Comisión Europea, responsable de Relaciones con el Parlamento Europeo y Comisaria de Transportes y Energía.
Su trayectoria política ha estado siempre avalada por el afán inconsumible del trabajo en positivo, voluntarioso y lleno de grandes proyectos orientados al bien común e interés general de los ciudadanos. Criticada su actuación por la oposición en varias ocasiones, supo estar a la altura de los acontecimientos y lidiar con buen temple los “vitorinos” de la arena parlamentaria que con ansia desmedida pretendían cornearla.
Pero hoy es feliz en brazos del Señor. Todos los partidos políticos nacionales han rendido tributo a esta gran mujer cuyo currículum profesional y bagaje técnico le ha sido sobradamente reconocido. El parlamento Europeo ha eclosionado también con motivo de su muerte deshaciéndose en proclamas laudatorias vertidas hacia su colega fallecida.
El mejor homenaje que podemos ofrecer en estos días a nuestra entrañable Loyola de Palacio es imitar con responsabilidad la senda que ha marcado el pulso de su vida que, aunque sin duda es una tarea difícil, aproximándonos a ella habremos ganado esa pretendida y deseada “satisfacción del deber cumplido”.
Hasta siempre, Loyola.
Vicente Franco Gil.
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